domingo, 20 de diciembre de 2009

SUGESTIONABLE

Estoy viendo la tele mientras espero a que Papá y Mamá terminen de vestirse. Dan anuncios. Ahora mismo, precisamente, estoy viendo el coche teledirigido que siempre he soñado. Tiene seis ruedas para poder correr por todo tipo de terrenos, y es imposible que vuelque (tal y como me informa la voz en off del anuncio). Además, es el más rápido del mundo, así que nadie me podrá ganar en las carreras. Me voy a ganar el respeto de todo el mundo en el cole. Mis padres se asoman a la puerta con un “venga, vamos”; pero yo les señalo a la tele sin decir nada, para que vean el coche. Papá se acerca, pero después de unos segundos, apaga la tele.
“Tenemos que irnos”, dice. Parece que no me lo va a comprar.
“Es el mejor coche del mundo”, digo entonces. “Se lo voy a pedir a los Reyes”. Si mis padres no me lo compran, seguro que al menos los Reyes Magos me lo traen. Ellos siempre han sido buenos conmigo.
“Tu hijo es demasiado sugestionable”, le dice Papá a Mamá, sonriente. Ella me mira como si tuviese una paciencia infinita. Yo les miro a los dos, pero no sé qué decir. Ni siquiera sé lo que significa “sugestionable”, así que me levanto sin abrir la boca.
La Nochevieja por fin ha llegado, y cenamos en casa de los abuelos. Este año la espera se me ha hecho un poquito más larga que otros (dicen Papá y Mamá que es porque soy un vago y no quiero apuntarme a actividades extraescolares; que me he pasado el año mirando a las musarañas, eso dicen). El caso es que hace unos días ya que nos dieron las vacaciones en el cole, y estoy muy contento porque estas fechas me encantan. Como a Papá también le han dado las vacaciones, hemos estado saliendo los tres (mi hermano ya no viene porque ahora dice que salir con Papá y Mamá es un rollo de enanos, pero yo me lo paso muy bien con ellos… la verdad es que mi hermano está muy raro últimamente). Llegamos a la ciudad, que en diciembre parece que esté en blanco y negro; como una de esas pelis que les gustan a mis padres, pero que a mí me aburren porque nunca se acaban (de hecho, creo que si este año se me ha hecho más largo, en realidad es porque he visto muchas de esas pelis). Paseamos entre la gente. Todo el mundo está muy contento estos días, porque como no tienen que ir a trabajar, tienen tiempo para hacer cosas más importantes, como ver a sus familias. A Papá y a Mamá les gusta entrar a las tiendas, y hoy salen de ellas con un montón de cosas; aunque la mayoría de ellas no me las dejan ver. Supongo que serán cosas de mayores.
Luego, paseamos por las calles, aunque en realidad no vamos a ningún sitio. Pasamos cerca de un puesto de castañas asadas, y yo me paro, porque me encanta su olor. Entonces, miro a Mamá durante un rato, y aunque no le pido nada porque soy muy educado, ella me acaba pidiendo un cucurucho que hay que tomar con cuidado de lo caliente que está. Dice Mamá que tengo una mirada muy poderosa. Yo no entiendo cómo puede tener poder una mirada; y menos la mía, que siempre he llevado gafas.
Cuando llegamos a casa de los abuelos, cenamos con el resto de la familia. Yo me lo paso muy bien, porque en el resto del año apenas les puedo ver, y me hace ilusión. Además, la cena está riquísima. No sé por qué Mamá se enfada tanto cuando le digo que la abuela (que es la mamá de Papá) cocina unas cosas más ricas que las que cocina ella. De hecho, las comidas de Navidad son una de las cosas que más me gustan de estas fechas. Como soy el más pequeño, después de cenar el abuelo me sienta en sus rodillas y cantamos villancicos; y los tíos cantan con nosotros, pero el tío José siempre desafina. Dice Mamá que es porque bebe mucho vino. Se ve que el vino es malo para cantar, pero el tío José no lo debe de saber, porque siempre lo bebe antes de empezar a cantar. Alguien debería decírselo.
A la abuela le gusta coger el mando de la tele. También le gusta Ramón García, y cuando el abuelo no nos oye me dice lo guapo que está con la capa puesta. De todas formas, a mí no me parece que al abuelo le importen mucho esas cosas; seguramente porque después de tanto tiempo juntos, la debe de querer mucho, más o menos como a una hermana. Cada vez que ella se llena la boca de uvas a la vez que intenta cantar las campanadas (con lo cual acaba escupiendo pedacitos de uva a toda la familia), el abuelo deja de comer las suyas. Para que ella tenga más, claro.
Después de las uvas, empiezan a dar anuncios y todo el mundo quiere cambiar de canal, pero la abuela se aferra al mando como si fuese un tesoro. Entonces, ponen un anuncio que yo no entiendo muy bien, porque apenas hablan. Sólo sale un coche con un conductor que parece muy contento, y al final, pregunta: “¿Te gusta conducir?”. Yo no le hago mucho caso, pero a Papá parece gustarle mucho. Me mira a mí, y luego mira de reojo a Mamá, pero no dice nada. Siguen dando anuncios. El abuelo bromea con el tío Miguel. La abuela sigue comiendo las uvas que han sobrado, ahora con más calma, eso sí. El tío José sigue bebiendo, señal inequívoca de que se está preparando para cantar de nuevo.
Siguen dando anuncios.
“Cariño, el coche viejo cada vez me da más problemas”, dice al fin Papá.
Mamá suspira, como si tuviese una paciencia infinita. El nuevo año ha comenzado, y siguen dando anuncios.

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